domingo, 21 de noviembre de 2010



¿Cuánto tiene que durar un sueño para que se convierta en inolvidable? Tú aún me sonríes desde el otro sofá mientras empiezo a conocerme todos los edredones
de tu casa, y no, aún no se si terminar de creerlo o no, si pierdo o gano creyendo que es un sueño. Y es que contigo se me escapan los días y las semanas como se me escapan los últimos besos en la última esquina, lentos, pero firmes, y un poquito tiritando. Y cuando, a veces, tirito de más, me vuelves a demostrar lo sumiso de tus labios, lo íntimo de tu nueva caricia, la incrédula novedad en tus ojos y palabras. Demostrando, de la forma más humana, que no estás por la labor de hacer de esto algo mortal. Sonrío.



Aún quedan muchos paseos de Abril, cafés de Noviembre y chuches de entremañana que tomar. Juntos.


Si hacía bueno, solía subir a la azotea de aquel ático una vez por semana, merienda en mano. Para sentarse y decidir. Decidir no hacer nada. El mundo era demasiado grande y complejo, y más desde aquella altura. Sí señor, estaba muy agusto en su conformismo, con su mundo hueco y aparente, con las maletas cada día en la puerta de su habitación preparadas, por si acaso: tres mudas de ropa, dos camisas y una cantidad ingente de folios, o papeles arrancados con dios sabe qué escrito. Ese era su concepto de vida.


¿Por qué un tiempo pretérito?


Detalles, la vida se nutre de ello, tu felicidad es el número de detalles que te agradan o eres capaz de captar y apreciar. ¿Que qué es un detalle? Llegar a la cama tras un largo día y descubrir que la almohada ha tomado todo el olor de ella, y quedarte prendado como cuando tu madre compraba un suavizante de los caros y te lavaba el pijama. Y no, para eso no hay ni que estar predispuesto, simplemente te viene, y si vales, vales. Vas saliendo, hay algo que te empuja. ¿Sabes lo que quiero decirte?



Y si no mira al chico de la azotea, aquel que te devuelve la sonrisa ahí al fondo.