Los latidos se quejan, y dependes de ellos más que nunca. Cada segundo se amotina, como el ejército que nunca supe comandar. Andar cuesta, y se vuelve tosco, pesado, eso sí, sin perder la elegancia y salvando las apariencias con dos o tres sonrisas de rutina. El estado de ánimo se envuelve en un ciclo caprichoso dependiente de una corriente sin fin de ideas, pero tiende a surgir la desesperación edulcorada en el momento más inesperado, o no, cuando ya pareces haberte ido. Qué diantres, soy rehén de esos segundos amotinados. ¿Quién va a la guerra a buscar comfort? Podéis llamarme suicida.
¿Cómo olvidar aquellos primeros días sin ti?
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Escribes que te cagas.
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